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¿Qué nos aporta cuidar la interioridad?

Si te resulta sugerente este título, seguramente, en mayor o menor medida, te atrae la idea de cultivar esta interioridad, o sientes necesidad de ello.

La palabra interioridad nos evoca calidez, calma, sosiego, conectar con lo más hondo que hay en cada quién poder quedarnos ahí un momento, para recuperar una respiración y un ritmo vital distinto, más natural y más libre de todo.

Vivimos en un continuo estar volcados hacia lo externo, condicionados por aspectos que nos llegan desde fuera, y dando respuesta a expectativas o demandas, que también nos vienen de fuera.

Quizá por esto, hoy día muchas personas buscan estos espacios para adentrarse en lo hondo. Se habla mucho de silencio, paz interior, equilibrio cuerpo-mente, encuentro con uno mismo… Todo esto es sin duda muy importante, algo que deberíamos cuidar como el mismo alimento o el descanso, porque nos nutre por dentro, más desde el alma.

Pero además, desde la espiritualidad y la fe cristianas, cuando cuidamos esta interioridad, se da algo más que un encuentro con uno mismo. Nos sabemos ante una Presencia que nos mira con amor, que sabemos que nos cuida y sostiene. Y supone también reconocer que, cuando hacemos silencio externo (del ruido que nos llega), e interno (de nuestro bullir mental, que sencillamente se aquieta), entonces podemos conectar sin tantas interferencias, ajenas y propias,  con nuestra esencia más honda, nuestro centro, donde también reside ese mismo Dios Amor.

En la medida que trabajamos y cuidamos esta interioridad y que nos concedemos estos pequeños oasis de  conexión con el interior, vamos aprendiendo a estar en nuestro centro de forma más continuada, a prolongar esta experiencia también en medio de la vida y los quehaceres cotidianos.

Se va adquiriendo una mirada más clara e intuitiva, que se pierde menos en discursos e interpretaciones. Una mirada que percibe más matices, que reconoce lo bello y lo mejor de las personas que tiene cerca, el valor de lo pequeño, las sorpresas sencillas de cada día.

Aprendemos también a ser menos impulsivos y meditar mejor nuestras respuestas ante lo que acontece. A saber diferenciar lo fundamental de lo secundario, sabiendo relativizar y darle el peso justo a cada cosa, ni más, ni menos.

En definitiva, a saber desde dónde nos movemos y actuamos, más conscientes de todo lo que acontece.

La interioridad por tanto es buena, no para quedarnos permanentemente en ella como en un refugio, sino para oxigenarnos de un ritmo y actividad, a veces excesivos, de una interpretación de la realidad a veces distorsionada…, y permitirnos por unos instantes únicamente ser y estar, conectando con nuestro motor interno y sentido de vida, y así retomar lo cotidiano con otras disposiciones, otro ritmo y otra mirada.

 Haz la prueba, date unos minutos para entrar en tu interior

  • Prepara el momento, desconecta todos los aparatos, y sobre todo, las pantallas.
  • Si te ayuda, pon una música suave y algo en lo que poder centrar tu mirada, una imagen que te ayude, o la luz de una vela.
  • Siéntate en una postura cómoda, la espalda recta, apoyada si lo necesitas. Céntrate en tu respiración, deja que vaya siendo cada vez más lenta, alargando la exhalación.
  • Y siente que eres tú y estás aquí, que ahora no tienes que hacer nada más que estar, sentirte y sentir el momento.
  • Ve avanzando hacia lo más hondo en ti, apartando todos tus pensamientos y discursos internos, obligaciones, deseos o pesares, que revolotean de acá para allá, se vayan deteniendo como si descansaran… Para que sólo quedes tú y el Amor que reside en ti.
  • Respira y siente que estás aquí y ahora, con todo tu ser, los sentidos abiertos, la mente despejada y la respiración sosegada, sin nada más que ser, estar, respirar, vivir.
  • Y, en este estado, escucha lo hondo de tu alma.

Si cultivas tu interioridad, si exploras y avanzas por ella, con el tiempo te darás cuenta de que esa fuente de vida y paz interior está siempre en ti, que te acompaña también en tus quehaceres y en el ajetreo de la vida. Sólo necesitas hacerte consciente durante un segundo de ello para “sintonizarte” con tu centro. Entonces comenzarás a vivir con un corazón unificado, más pacificado y pleno.

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