Para quienes hemos tenido una experiencia gozosa de encuentro personal con Dios, saber responder “bien” a esta pregunta es esencial. ¿Cómo hacerlo? Se podrían tratar muchas cuestiones; hablar de Dios mediante el compromiso contra la exclusión y la pobreza, a través de instituciones, en entornos multi religiosos, entre otros.
Aquí nos limitaremos a imaginar una relación nuestra, con alguien de nuestros ámbitos de vida (familia, amistades, estudio, trabajo). Y a ese alguien como una persona para quien “hablar de Dios hoy” le resulta algo anticuado, infantil o ya superado. El proceso recorrerá varias etapas de escucha–valentía–compromiso–confianza.
La escucha mutua genera relaciones auténticas. Ni es cuestión de que seamos meramente “escuchadores”, ni de que andemos buscando cualquier pretexto para poder hablar de Dios. En una relación auténtica los temas de fondo salen, se pone encima de la mesa quiénes somos, desde dónde nos movemos y en qué creemos.
Habrá un momento en que nos planteemos: ¿conviene que diga esto? Puede que sea una referencia, al hilo de cualquier tema, que has rezado esta mañana, o que luego tienes reunión con tu comunidad, o que en ese tema te acuerdas de lo que dijo una autora espiritual que has leído. En ese momento necesitamos valentía. Normalmente no veremos claro si es el momento. Acordémonos entonces de Don Quijote, que tras una de sus más alocadas aventuras, explica: “bien sé lo que es la valentía; es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como lo son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario que no que baje y toque en el punto de cobarde”. O sea, si la relación es auténtica, aun con tus dudas, lánzate. En muchos casos, al decir yo algo, la otra persona expresará sus dudas, sus dificultades, su distancia. Acojámoslas, sin querer refutarlas, contradecirlas. Dejémoslas reposar en el corazón.
A partir de ahí es bello saber que nos hemos convertido en testigos. Nos mirarán con lupa, y harán bien, no vaya a ser que puedan decir como decía Jesús, y como tantas veces se ha podido decir de la Iglesia y de sus miembros: “Haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen”. Se evaluará nuestro compromiso. ¿Con qué? Con la persona que peor lo pasa o más fuera se halla, con quien me sirve en un restaurante o en una tienda, con el mundo en que vivimos, con sus justicias e injusticias.
Confiemos. Para algo nos habrá puesto el Señor en ese lugar. Confianza y oración suelen ir unidas. Sólo desde la oración se gana auténtica confianza y se entra en los tiempos de Dios.
La llamada en estos procesos suele ser a un mayor compromiso particular, con esa persona concreta, con la que se ha dado esa profundización en quiénes somos. Muchas veces nos despistamos y, en medio de los quehaceres y obligaciones, se nos olvida llamar, preguntar, tener presente a esa persona de la que intuyo que Dios me ha puesto cerca por algún motivo.
Junto a ese crecer en la escucha mutua, que irá cimentando y haciendo ahondar nuestra relación, es importante que nos paremos a escuchar a Dios. Preguntarle por esta persona, repitiendo su nombre o contándole lo que sabemos de él o ella. Dejar un rato para que Dios me pueda iluminar (Dios la conoce y ama más que yo) acerca de por dónde le está hablando, acerca de cómo puedo ayudar en su camino.
Si en ese diálogo con Dios vemos o escuchamos algo con claridad, sería un nuevo momento para la valentía: tenemos que comunicárselo a la otra persona. Con tacto, de la manera que pueda entender; probablemente no tenga mucha gente cerca que le vaya a hablar desde la instancia desde que le hablamos. Acordémonos de Madeleine Dêlbrel, que decía algo así como “nos da miedo pensar: ¿qué dirá esta persona si hago o digo esto?; pero no nos preocupamos pensando: ¿qué dirá Cristo si no hago o digo esto?” Quizás el más olvidado en estas conversaciones es el Espíritu. Una vez invitamos a una amiga a una celebración compartida de Pentecostés diciéndole: “sabemos que no eres creyente, pero vemos que el Espíritu está actuando en ti a través de tu compromiso con la igualdad de género; ¿vienes a este Pentecostés abierto y nos cuentas lo que supone ese compromiso?”
Por supuesto que nuestra ilusión es que esa persona tenga un encuentro personal con ese Dios que conocemos. Pero no nos inquietemos. Demos cabida nuevamente a la confianza. Ojalá logremos eso que, según Chesterton, lograba san Francisco: “jamás hubo nadie que mirase esos ardientes ojos castaños sin saber con certeza que Francisco Bernardone sentía auténtico interés por él; por su vida espiritual desde la cuna hasta la sepultura; que lo valoraba y lo tomaba en serio como persona y no como uno más para incrementar el botín de alguna política social o la lista de nombres en un documento oficial”. Hablemos de Dios hoy haciendo carne su rostro amoroso, comprometido, profundo y cercano; y dejemos en sus manos el resto.
- ¿Hablar de Dios hoy? - 4 de mayo de 2023