El hombre es un ser que tiene muchos matices en la vida, puede causar el bien, dar amor, pero en ocasiones transmite dolor, puede, mentir, humillar, violentar y traicionar a los que ama. El sufrimiento humano no ocurre en un campo de concentración, se suscita entre personas que se relacionan íntimamente.
La herida y el rencor
Quien nos ha creado nos ha dado la facultad de amar, pero también nos ha dado la libertad de elegir, entre dar amor o causar dolor. Cuando hablamos de causar daño podríamos tocar la desesperanza, la crueldad y el vacío, quedarnos ahí nos lleva al fatalismo, al odio y al rencor. Un lugar lejos de Dios.
Permanecer recordando el acto, las heridas y el dolor imperdonable a quién lo ha causado, nos aleja de lo que somos, de sentir el amor más grande. Nadie que este espiritualmente lleno de Dios puede permanecer con odio y rencor en su alma. Ya que ese sentimiento es como una herida abierta, un lugar de vacío profundo.
Perdonar tiene sus implicaciones, para la mayoría de las personas es un proceso que enfrentan solas. Buscar ayuda facilita ponerle palabras a ese dolor, y presentar esa herida al Señor, resulta ser la mejor de las opciones ante tal sufrimiento, ya que ahora no solo es tu dolor, sino que lo vives acompañado de Él.
Importantes razones para perdonar
El perdón es un acto de valentía, de libertad y de amor. Saberse amado por Dios facilita el proceso del perdón, porque nos abre a una nueva perspectiva y forma de afrontar el conflicto. Dejarse alcanzar por la misericordia de Dios da por sentado prolongarla, puesto que si Él nos perdona ¿cómo podemos corresponder a ese perdón? La única manera es a pesar de sentir ese dolor perdonar.
¿Por qué perdonar?
- Ser consciente de la fragilidad humana y de la capacidad de elegir de cada uno entre causar amor y dolor.
- Liberarnos y liberar a la otra persona de ese acto, determinados por el daño que nos ha hecho, reconocer que se ha cometido un error.
- Tomar el riesgo de rehacer y reinventar nuestra vida a través del despliegue de la misericordia como un don del Señor, encontrar la paz.
- Mostrar humildad ante mi mismo y ante mi prójimo.
- Confiar en que el Señor me devuelve la dignidad ante el acto que he sufrido por la persona que me ha ocasionado el daño.
El camino hacia el perdón
El proceso hacia el perdón transcurre en etapas, pero el primer paso es dar nombre a la herida, reconocerla, aceptarla y nombrar a la persona que la ocasionó, es decir, condenar el daño, pero no condenar a quien lo realizó, y mucho menos a mi persona por no evitar lo sucedido. Que esa deuda ante la herida pueda superarse.
Elegimos el perdón cuando ya no sentimos que está en deuda la persona que nos ha herido, es decir, “te libero y te dejo ir” y la ganancia en libertad y paz nos la da el Señor, quien nos sana la herida con el paso del tiempo.
No podemos ser plenos sino nos dejamos alcanzar por el poder sanador del perdón. Solamente quién reconoce y ha experimentado un amor incondicional puede abrirse al perdón, porque perdonar es decir “me importas más tú que lo que me hayas hecho”, que significa poder recordar sin dolor.
Quienes creemos en un amor más grande que es Dios, sabemos que hemos sido perdonados en diversas ocasiones, cuando cometemos errores ante nuestra fragilidad humana, y que nos invita a arrepentirnos cuando existe esta consciencia real del daño que hemos cometido.
La gracia de la misericordia y del perdón nos invita a evitar esperar que nos pidan perdón; en ocasiones no es posible que el prójimo llegue a internalizar conscientemente el daño que ocasiona, pero es Dios quien lo puede sanar y nos da la facultad de abrirnos a la gracia de perdonar.
- El poder sanador del perdón - 16 de mayo de 2023
- La crisis, una ventana de luz - 4 de mayo de 2023